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En el pensamiento tradicional, las relaciones siempre son personales. La relación por excelencia la crea el don o gracia. Como el nombre indica, la gracia es gratuita. Se otorga por voluntad. Pero el vínculo de gratitud que se crea obliga a devolver una gracia por otra. Se piensa que es obligatorio aceptar la gracia y devolverla en la medida de las posibilidades de cada uno. Y es ese vínculo de la deuda del don el que crea la relación personal. A menudo, esta relación, cuando se eleva al ámbito de lo sagrado, necesita mediadores. Lo sagrado es demasiado poderoso como para enfrentarse directamente a ello. Puede aniquilarte. Nadie ha mirado el rostro de Dios, hasta Moisés necesitó una zarza ardiendo para dirigirse a Él. Por suerte, entre lo sagrado y lo profano está siempre lo santo. Lo santo es el típico caso de mediador eficiente. Es lo que es lo divino tiene de humano y lo humano de divino. En ese terreno intermedio, encuentra el don su campo favorito. Pero el que recibe siempre debe devolver. Así que votum solvit libens merito. En pleno siglo XXI y porque lo necesitaba. 

EL MISTERIO DEL DON
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