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EL CRISTIANISMO: DE LA ANARQUÍA A LA JERARQUÍA


Dos años después, he vuelto a Roma, una ciudad que uno no acaba nunca de conocer, porque siempre sorprende con novedades, incluso en aquellos lugares que ya se han visitado más de una vez. Normalmente, voy allí por razones académicas (una conferencia, un congreso, la utilización de los fondos de una biblioteca) casi siempre relacionadas con un mundo anterior al cristianismo o, en cualquier caso, ajeno a éste. Pero esta vez he sentido la necesidad de volver a San Pedro, lugar al que no rendía visita desde hace al menos tres estancias en la ciudad eterna. San Pedro siempre invita a la reflexión (no necesariamente pía). A mí me parece lo más cercano a un templo de culto imperial, centrado en la personalidad de los papas (espero no molestar a nadie), personajes que heredan (incluso en el boato y en la vestimenta) la dignidad de los emperadores y su papel rector en los designios del mundo, primero romano y luego cristiano. De la necesidad surgió el contraste. Una comida rutinaria en la pizzeria “Ai marmi” del viale Trastevere me hizo pasar de nuevo (ya he dicho que en Roma uno siempre experimenta cosas nuevas en los mismos lugares) frente a la Chiesa di San Chrisogono, uno de los viejos tituli o iglesias titulares romanas del siglo III, la primera red de parroquias de la ciudad, constituida antes de que el cristianismo pasase a ser la religión oficial del Imperio. Las iglesias titulares (que solían llevar aparejadas una fundación jurídica con propiedades patrimoniales y función asistencial) son posteriores a los más antiguos templos (las domus ecclesiae o casas de la comunidad), pero anteriores a las basílicas funerarias como la de San Pedro o episcopales como San Giovanni in Laterano. En conjunto, domus ecclesiae, tituli y basílicas dibujan los pasos de la evolución institucional de la Iglesia romana, de la clandestinidad al dominio del mundo. La evolución institucional es también una evolución arquitectónica, la misma que lleva de las antiguas casas particulares reconvertidas en lugares de celebración de la comunidad, en la que la comida comunitaria y ritual (eucaristía) era el centro de la celebración, a las grandes basílicas presididas por el obispo que, desde la cabecera de un tempo organizado en naves como las viejas basílicas judiciales romanas de las que toma el nombre y la estructura, dominaba y controlaba la vida de la comunidad diocesiana (y en este caso del orbe) en un ritual que ahora otorgaba más importancia a la liturgia de la palabra. El constructor de las primeras grandes basílicas romanas fue Constantino, el primer emperador cristiano, quien se encargó de realzar el papel institucional de los obispos cristianos en las ciudades, a los que incluso otorgó funciones judiciales, convirtiéndolos de esta forma en magistrados urbanos sobre los que apoyó una buena parte de la estructura burocrática y civil del Imperio. De las domus ecclesiae a las basílicas urbanas se recorre el camino que lleva de una Iglesia organizada en células independientes de base anárquica a otra rígidamente estructurada sobre los obispos (de los que el de Roma reclamaba la primacía sobre la base ideológica del legado de San Pedro). De una Iglesia de base anárquica y comunitaria a otra institucionalizada y jerárquica: de la eucaristía a la homilía.

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